La casa del enfarolado.


Era el año de 1885 y me construyeron en los cimientos de una antigua casa colonial. Meses antes observé cómo las diligencias se me acercaban, muchos obreros trasladaron mis relucientes puertas, mis ventanas y los grandes maderos que sirvieron para ubicar mi enfarolado que sirvió, más adelante, para que mis dueños disfruten de placenteros descansos en compañía de alguna taza de té o bien pudieran contemplar el hermoso panorama que desde allí se apreciaba.
Poco a poco advertí los detalles que me colocaban minuciosamente. Mi estilo, desde entonces, mantiene aquel aire republicano, por el detalle de mis cornisas, o por la armonía estética de mi fachada, o bien por mi enfarolado que a todos concitaba atención.
No lo recuerdo, pero dijeron que mi estilo pudo responder a las casas costeras que se edificaron en las ciudades de Iquique o de Antofagasta, nunca más supe otra versión.
Me costó hacer amigos. El día que me inauguraron, los vecinos me vieron con indiferencia, tal vez no les gustó la ostentación de mis colores o la dimensión de las paredes. Lo cierto era que aquellos vecinos míos, se veían muy olvidados, sus techos de paja y el adobe de sus muros contrastaba con mi opulenta presencia.
Pero en poco tiempo gane su amistad, y entre los amigos que más recuerdo se encontraba el más antiguo de todos: el Palacio de Justicia. Algo reformado; pero sin duda conoció y vio muchas cosas. Su temperamento era algo serio, tal vez porque siempre se ventilaban en su interior asuntos jurídicos o porque además entraban o salían con incesante apuro, aquellos verdaderos jurisconsultos ataviados por solemne levita combinada con el sombrero de copa.
Los años pasaron y en poco tiempo, en 1898 llegó un Sr. Said y él se encargó de acomodar en mis ambientes un establecimiento comercial que todos conocieron como una de las mejores importadoras mayoristas de mercadería en Oruro. Me bautizaron con el nombre de Casa Said E Hijos y por más de seis décadas cobijé a las oficinas de esta importante casa comercial. Si pudiera contar con detalles todo cuanto disfruté con aquellas personas que se encargaban de los almacenes, de la contabilidad o de las oficinas de mi dueño, el Sr. Said; cuántos sucesos recogería.
Si, recuerdo en aquel tiempo a mí otro entrañable amigo: el Teatro Municipal. Yo vi como lo construyeron a finales del siglo XX, su estilo elaborado para los acontecimientos culturales más sonados de la época, hicieron de él muy elegante. Que fino y recatado era mi amigo.
Pero no siempre olvidamos con facilidad todas aquellas cosas que nos conmovieron. Recuerdo que por los ojos de mi enfarolado vi cómo abatieron a mis recordados amigos; primero fue el Teatro Municipal y luego fue el turno del Palacio de Justicia. Los dos se desplomaron como viejos soldados, sin recibir aquel mensaje de gratitud y compasión. No merecieron caer de esa manera. Mientras tanto yo recibí nuevos dueños. El Sr. Said se marchó para siempre, y llegó la Federación de Trabajadores Fabriles de Oruro, que se hizo cargo de mí hasta hoy en día. Me dijeron que ya estaba muy vieja pero no me disgusta, más me molesta que hayan hecho de mí un hormiguero de abogados, socavando la armonía estética de mi estilo republicano.
Pero más allá de los abogados que hoy los veo por todas partes, he recibido la compañía, por más de 30 años, de la primera radio de Oruro, su nombre: Radio Oruro. Esa era la amiga cuyas jornadas diarias de música y de voces me recordaban a las viejas victrolas que un día sonaron alegres en mi memoria (FCM)

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Transcrito de "Historias de Oruro" o_o;